miércoles, 25 de agosto de 2010

Esperar

No se que decir, en realidad no se si hay algo que decir. Pero seguro que si, simpre lo hay.
Mal habian despuntado los albores del amanecer, cuando Ana se levantaba y colocaba su nariz frente al cristal, como un pez en una pecera, pero al contrario ella miraba las olas romper contra la arena desde tierra firme,¿o no tan firme?
Cada mañana, cuando paseaba por el puerto, disimulando su desinterés en comprar pescados frescos, miraba siempre al horizonte, oteaba con afan de llegar a unltramar y verlo alli, pero nunca ocurria.
El dia que Miguel llegó no puede describirse, creo que por eso no debería aventurarme a hacerlo. Las palabras en raras ocasiones pueden describir momentos como ese. Lo intentaré.
Las horas que Ana habia invertido en la ventana dieron un horrible atardecer de tempestad sus frutos. El Cantábrico dejaba ver en lontanaza, por debajo de su cielo plomizo y su mar arbolada, una motita de polvo, con las velas al viento. Apenas una diminuta mancha guardaba todos sus anhelos. A medida que esta avanzaba, mas se cerraba la galerna sobre el puerto. Por entre las ventanas de la casita de Ana ululaba un Norte bravo, como los viejos lobos de mar.
Ella fue testigo . Nunca mas pudo abrazar a Miguel, el mar se lo tragó , envidioso, delante de ella. Impotente, abatida, sola.
Dicen las viejas de la playa, que en los dias de viento y galerna, puede escucharse el rumor de los pasos de Ana, descalza, sobre la arena humeda, caminando hacia su final.
Pero no las creo, no me creo nada, las viejas de las playas han visto y opido mucho, y son viejas, los recuerdos se les hacen difusos. Pero es bonito pensar en su amor.

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